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La
mayor parte de los cuentos de "El árbol y la
liana" los recogía mientras estudiaba la lengua
fon, nos dice el autor. Eran ejercicios gramaticales, tonales
y una diversión. Me parecían unos cuentos
muy bellos, por su lenguaje sencillo, natural, casi espontáneo,
y de una gran frescura y lozanía. Podían dirigirse
lo mismo a los niños que a los mayores. Parecían
que manaban de cualquier fuente sagrada de Kana o de los
declives de las inmediaciones de Abomey. Hablaban de Dios,
de los espíritus, del hombre y del universo en general
como si fuesen amigos íntimos.
Presentaban
toda la creación en una composición sorprendentemente
nueva, de gran colorido y vivacidad, y en unos relatos cortos,
cándidos e infantiles que me acercaban al momento
de su origen como si todo estuviese recién estrenado,
apenas puesto en pie. (Rafael Marco)
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